miércoles, 21 de julio de 2021

INQUISICIONES (1925) .PRIMER LIBRO EN PROSA DE BORGES.

 


INQUISICIONES (1925)

Edgardo Rafael Malaspina Guerra

I

Inquisiciones es el primer libro en prosa de Jorge Luis Borges. Fue publicado en 1925. Fue reeditado en 1993.

Inquisiciones es un ejercicio de critica literaria en el que aflora el estilo deslumbrante peculiar de los escritos de Borges.

II

En el prólogo Borges escribe: “Este que llamo Inquisiciones (por aliviar alguna vez la palabra de sambenitos y humareda) es ejecutoria parcial de mis veinticinco años.”

III

Inquisiciones son ensayos sobre diferentes autores y temas: Torres Villarroel (1693-1770), La traducción de un incidente, El Ulises de Joyce, Después de las imágenes, Sir Thomas Browne, Menoscabo y grandeza de Quevedo ,Definición de Cansinos Asséns, Ascasubi,La criolledad en lpuche, Interpretación de Silva Valdés, Examen de metáforas, Norah Lange,Buenos Aires, La nadería de la personalidad, E. González Lanuza, Acerca de Unamuno, poeta, La encrucijada de Berkeley, Acotaciones, Manuel Maples Arce, Ramón Gómez de la Serna, Omar Jaiyám y Fitzgerald, Queja de todo criollo, Herrera y Reissig, Acerca del expresionismo y Ejecución de tres palabras

 

Frases

1

La amistad une; también el odio sabe juntar.

2

No hablaré de culturas que se pierden. La constancia de vida, la duradera continuidad de la vida, es una certidumbre de arte. Aunque las apariencias caduquen y se transformen como la luna, siempre perdurará una esencia poética. La realidad poética puede caber en una copla lo mismo que en un verso virgiliano. También en formas dialectales, en asperezas de jerigonza de cárcel, en lenguajes aun indecisos, puede caber.

3

Sobre el Ulises de Joyce:

Confieso no haber desbrozado las setecientas páginas que lo integran, confieso haberlo practicado solamente a retazos y sin embargo sé lo que es, con esa aventurera y legítima certidumbre que hay en nosotros, al afirmar nuestro conocimiento de la ciudad, sin adjudicarnos por ello la intimidad de cuantas calles incluye.

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En las páginas del Ulises bulle con alborotos de picadero la realidad total. No la mediocre realidad de quienes sólo advierten en el mundo las abstraídas operaciones del alma y su miedo ambicioso de no sobreponerse a la muerte, ni esa otra realidad que entra por los sentidos y en que conviven nuestra carne y la acera, la luna y el aljibe. La dualidad de la existencia está en él: esa inquietación ontológica que no se asombra meramente de ser, sino de ser en este mundo preciso, donde hay zaguanes y palabras y naipes y escrituras eléctricas en la limpidez de las noches.

4

La vida real y los sueños son páginas de un mismo libro, que la costumbre llama vida real a la lectura ordenada y ensueño a lo que hojean la indiligencia y el ocio.

5

Con orgullo creíamos en nuestra soledad ficticia de dioses o de islas florecidas y excepcionales en la infecundidad del mar y sentíamos ascender a las playas de nuestros corazones la belleza urgente del mundo, innumerablemente rogando que la fijásemos en versos.

6

Toda hermosura es una fiesta y su intención es generosidad. Los requiebros y cumplimientos fueron sin duda en su principio formas de gratitud y confesión del privilegio con que nos honra el espectáculo de una mujer hermosa. También los versos agradecen.

7

Los poetas, hasta hoy, sólo manifestaban de su vivir lo llanamente común: las malandanzas o deleites de una empresa amorosa, la alacridad al comenzar primavera, la meditación de la muerte. Si alguna vez aludían a su actividad de cantores, era tan sólo para anticiparse inmortalidad.

8

En esta nuestra vida, donde rigen infamias como el dolor carnal, son inmerecedores de nuestra indignación lacras veniales como el injusto repartimiento de gloria.

9

Hay gozamiento en la eficacia: en el amor que de dos carnes y de trabadas voluntades es gloria, en el poniente colorado que marca bien la perdición de la tarde, en la dicción que impone su signatura al espíritu.

10

Todo arte es una prefijada costumbre de pensar la hermosura.

11

El lenguaje —gran fijación de la constancia humana en la fatal movilidad de las cosas— es la díscola forzosidad de todo escritor.

12

La poesía del pueblo, nada curiosa de comparaciones, se desquita en hipérboles altivas. Esto no es asombroso, pues hay una esencial desemejanza entre ambas figuras. La metáfora es una ligazón entre dos conceptos distintos: la hipérbole ya es la promesa del milagro.

13

La mañana es una prepotencia de azul, un asombro veloz y numeroso atravesando el cielo, un cristalear y un despilfarro manirroto de sol amontonándose en las plazas, quebrando con ficticia lapidación los espejos y bajando por los aljibes insinuaciones largas de luz.

14

El atardecer es la dramática altercación y el conflicto de la visualidad y de la sombra, es

como un retorcerse y un salirse de quicio de las cosas visibles

15

La realidad no ha menester que la apuntalen otras realidades. No hay en los árboles divinidades ocultas, ni una inagarrable cosa en sí detrás de las apariencias, ni un yo mitológico que ordena nuestras acciones. La vida es apariencia verdadera. No engañan los sentidos, engaña el entendimiento, que dijo Goethe: sentencia que podemos comparar con este verso de Macedonio Fernández:

La realidad trabaja en abierto misterio.

16

Unamuno —diré perogrullescamente o si os place mejor la equivalencia griega del adverbio, axiomáticamente— es un poeta filosófico. Unamuno, a pesar de no lograr nunca la invención metafísica, es un filósofo esencialmente: quiero decir un sentidor de la dificultad metafísica. Es evidente por muchísimos de sus versos que la especulación ontológica no es para él un ingenioso juego intelectual, un ajedrez perfecto, sino una angustia constreñidora de su alma.

¿Constreñidora? Sí, pero a las veces ensanchadora del hondón espiritual que agrándase por ella hasta contener todo el cielo.

 

17

Mucho debe mentir un hombre para poder ser verídico.

18

Hay que morirse bien, sin demasiado ahínco de quejumbre,  sin pretender que el mundo pierde su savia por eso y con alguna burla linda en los labios

19

La lírica no es pertinaz repetición ni desapacible extrañeza; que en su ordenanza como en la de cualquier otro rito es impertinente el asombro y que la más difícil maestría consiste en hermanar lo privado y lo público, lo que mi corazón quiere confiar y la evidencia que la plaza no ignora

20

Los clásicos tuvieron de la noche un concepto de cosa dura, lóbrega, hostil, que halló cabida en lo de negro, útil además como antítesis del esplendor que muestra el día. Ciega noche, afirmó Quevedo. Noche cansada... noche pavorosa, escribió Shakespeare. Los románticos la consideraron en cambio como una época de placentera mansedumbre o de felina suavidad e hicieron bien en azulearla. La noche sobre el mundo vivamente se abate / con sus cálidas sombras y su olor de combate, declara Lugones, literalizando la visión antedicha.

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