viernes, 9 de julio de 2021

BUDISMO SIN CREENCIAS

 


BUDISMO SIN CREENCIAS  (1997)

 

Edgardo Rafael Malaspina Guerra

El escritor escocés Stephen Batchelor (1953) fue monje budista por diez años. Inició su ministerio religioso en la India y lo continuó en otros países asiáticos. Luego se retiró para propugnar el budismo secular. En su libro Budismo sin creencias (1997) expone sus ideas con respecto a su nuevo credo que podemos resumir así: se puede aceptar el budismo como filosofía de vida obviando los aspectos metafísicos.

1

No hay nada particularmente religioso o espiritual en este camino. Abarca todo lo que hacemos. Es una forma auténtica de estar en el mundo. Comienza con entender el tipo de realidad que habitamos y el tipo de seres que somos y que habitan esa realidad.

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El Buda no fue un místico. Su despertar no fue una iluminación devastadora a una Verdad trascendente que le reveló los misterios de Dios.

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Una existencia sin despertar, en la cual derivamos inconscientes en una oleada de impulsos habituales, es tanto innoble como poco digna.

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En vez de presentarse como un salvador, el Buda se vio a sí mismo como un curador. Presentó sus verdades en la forma de diagnóstico, pronóstico y tratamiento médicos. Si tienes un dolor en el pecho, primero tienes que reconocerlo. Luego vas con el doctor para que te examine. Su diagnóstico tanto identificará la causa del dolor como te dirá si es curable. Si lo es, él te aconsejará a seguir el curso de un tratamiento. Del mismo modo, el Buda reconoció la condición existencial de la angustia. Al examinarla encontró que su origen está en el anhelo egocéntrico. Se dio cuenta de que esto podía cesar y prescribió como tratamiento el cultivo de un camino de vida que abraza todos los aspectos de la vida humana.

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La primera verdad desafía nuestra relación habitual con la angustia. En el sentido más amplio; desafía la forma en que nos relacionamos con nuestra existencia en cuanto tal: nuestro nacimiento, enfermedades, envejecimiento y muerte. ¿Hasta qué punto fallamos en entender estas realidades y sus implicaciones? ¿Cuánto tiempo se pierde en distracción e inconsciencia?

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La angustia mantiene su poder todo el tiempo que le permitamos intimidarnos. Al
considerarla habitualmente como temible y amenazante, no logramos ver las palabras
escritas en ella por el Buda: “Entiéndeme”.

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Entender una preocupación es reconocerla calma y claramente por lo que es:
transitoria, contingente y falta de una identidad intrínseca.

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Soltar un anhelo es como liberar una serpiente que tenías agarrada con tu mano. Al soltar el anhelo, éste finalmente cesará. La cesación nos permite darnos cuenta, aunque sólo sea por un momento, de la libertad, apertura y comodidad del camino central.

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Las acciones que acompañan a las cuatro verdades describen la trayectoria de la práctica
del dharma: entender la angustia lleva a soltar el anhelo, lo que conduce a materializar su
cesación, lo que lleva a cultivar el camino.

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Cuando le preguntaban qué hacía, el Buda respondía que enseñaba “la angustia y su fin”. Cuando le preguntaban de metafísica (el origen y fin del universo, la identidad o diferencia

del cuerpo y la mente, su existencia o no después de la muerte) permanecía silencioso. Decía que el dharma estaba penetrado de un sólo sabor: la libertad. No hizo afirmaciones de exclusividad o divinidad y no recurrió a un término que pudiera traducirse como “Dios”

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Históricamente, el budismo ha tendido a perder su dimensión agnóstica al
institucionalizarse como una religión (es decir, un sistema de creencias reveladas, válidas
para todos los tiempos, controladas por una elite de sacerdotes).

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El dharma puede de hecho tener más en común con un secularismo sin Dios que con los bastiones de la religión. El agnosticismo puede brindar una base común más fértil para el diálogo que, por ejemplo, un intento tortuoso de ver el sentido budista de Alá.

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Para T.H. Huxley, quien acuñó el término en 1869, el agnosticismo era tan
demandante como cualquier credo moral, filosófico o religioso. Mas que como un credo,
sin embargo, lo vio como un método, materializado a través de “la aplicación rigurosa de
un sólo principio”. Él expresó este principio en forma positiva como: “Sigue tu razón tan
lejos como te lleve” o, en forma negativa, como; “No pretendas que son correctas
conclusiones no demostradas o demostrables”.

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Fundamentalmente, el Buda enseño un método (la práctica del dharma) y no otro
–ismo. El dharma no es algo para creer sino algo para hacer. El Buda no reveló un conjunto
de hechos esotéricos sobre la realidad, que podemos elegir creer o no. Él intimó a la gente a
entender la naturaleza de la angustia, soltar sus orígenes, materializar su cesación y
convertirla en una forma de vida.

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La angustia viene de anhelar que la vida sea diferente de lo que es.

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Sobre la meditación:

Intenta este ejercicio. Busca un lugar tranquilo, confortable. Éste puede ser una esquina del

dormitorio el estudio. Colócate en un silla o, si prefieres, siéntate en el piso con los pies cruzados. Asegúrate de que tu espalda esté libre y derecha, pero no tensa. Inclina tu cabeza

hacia adelante, de manera que tu mirada caiga un metro delante tuyo. Cierra los ojos. Descansa tus manos en tu regazo o tus rodillas. Fíjate si es que hay puntos de tensión en tu cuerpo: hombros, cuello, alrededor de los ojos. Relájalos. Pon atención al contacto de tu cuerpo con el piso. Asegúrate estar quieto y en equilibrio. Nota la sutil polifonía de sonidos a tu alrededor, nota cualquier sensación en tu cuerpo, se consciente de tu estado de ánimo. No juzgues estas cosas o trates de cambiarlas: acéptalas por lo que son.

Haz tres respiraciones profundas y largas. No te imagines a la respiración como algo invisible entrando y saliendo por tu nariz; nota las sensaciones de tu cuerpo (aún las más triviales, como el contacto móvil de tu piel con la camiseta) que participan en el acto de respirar. Luego deja que la respiración siga su ritmo, sin interferir o controlarla. Sólo permanece con ella, permitiendo que la mente se asiente en la oleada de la respiración, como un bote pequeño anclado, subiendo y bajando suavemente con el oleaje. Haz esto por diez minutos.

Si persistes en observar tu respiración, podrás ver que luego de un rato tu mente comienza a

calmarse. Experimentas períodos más largos de concentración antes de que un pensamiento

te distraiga y los espante. Te vuelves más ducho en recordar regresar al presente. Te relajas

y descubres una tranquilidad conmovedora. Esta es una calma centrada desde la que puedes

enlazarte atenta y cariñosamente con el mundo.

Busca otra vez un lugar confortable para sentarte, con tu espalda recta, tu cuerpo quieto
y equilibrado; luego cierra tus ojos y presta atención a tu respiración. Siente al aire
entrando por tu nariz, expandiendo los pulmones y el diafragma. Detente, exhala contrayendo diafragma y pulmones, luego siente al aire caliente salir por la nariz. Mantén esta atención por diez minutos, siguiendo cada respiración del principio al fin.

Reflexiona sobre tu resolución: ¿Qué es lo que me ha llevado hasta este punto? ¿Por qué estoy sentado aquí? Trata de no ser atrapado por el mecanismo de pensamiento asociativo que lleva a la distracción. Cuando la mente esté calma y enfocada, considera esta pregunta:

Ya que la muerte es segura y su momento incierto, ¿qué debo hacer?

Recorre esto en tu mente, dejando que penetren su significado y desafío. Fíjate si la

pregunta resuena en tu cuerpo, dispara un estado de ánimo no verbal, un sentimiento profundo. Presta más atención al tono corporal que evoca que a los pensamientos e ideas que genera. Si sientes ese tono, descansa en silencio.

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Encuentra un lugar tranquilo, confortable. Siéntate en silencio. Asegúrate que tu espalda
esté libre y erguida, pero no tensa. Fíjate si hay puntos de tensión en tu cuerpo: hombros,
cuello, alrededor de los ojos. Relájalos. Respira tres veces en forma profunda y lenta.
Luego deja que la respiración resuma su ritmo, sin interferencia ni control.
La práctica formal de la atención comienza con darse cuenta profundamente de la
red sensorial que es el cuerpo. La respiración es una parte central de esto. Cuando meditas
en la respiración, abandona cualquier imagen que tengas de una cosa invisible que es
chupada y luego bombeada hacia afuera de los pulmones. Del mismo modo, si tienes un
imagen del ego que al meditar observa atentamente la respiración desde arriba de la cabeza,
déjala ir también. Experimenta la respiración como el propio cuerpo lo hace: un ritmo de
sensaciones que comienza con el impacto del aire frío en las fosas nasales y finaliza en una
corriente cálida saliendo por ese mismo punto un instante más tarde. Sólo cuando empiezas
a prestar mucha atención a la respiración notas lo complejo y sutil del rango de sensaciones
involucradas. Con cada inhalación y exhalación explora con más profundidad la
complejidad en múltiples capas de este acto vital.

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Meditar no es vaciar la mente y quedarse con la boca abierta ante las cosas, en un estupor como en trance. Nada importante puede resultar de mirar fija e inexpresivamente a un objeto durante el mayor tiempo posible. Meditar es percibir con intensa sensibilidad cada brillo de color, cada cadencia de sonido, el toque de la mano de otro, cada palabra tímida que busca a tientas expresar lo que no se puede decir.

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Hay que reflexionar sobre la vida de los que existieron antes que nosotros: la pequeña, la grande, la animal, a humana, y pensar que nosotros vamos también hacia la muerte.  Puedo ver la muerte de los otros, pero no la mía. Mi tiempo va a llegar también, pero no sé cuándo.

18

La muerte no sólo le ocurre a los otros. Ni tampoco cuando quiero. El cuerpo es frágil. Es sólo carne. Escucha los latidos. La vida depende del bombeo de un músculo.

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Hay que pensar en la muerte. Cualquier cosa puede pasar. Cada vez que cruzo un camino, salgo de viaje, bajo unas escaleras, mi vida está en peligro. Por cuidadoso que sea, no puedo prever la distracción del hombre en al auto que se acerca, el colapso de un puente, el desplazamiento de una falla geológica, el recorrido de una bala perdida, el destino de un virus. La vida es propensa a los accidentes.

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La meditación reflexiva es una forma de traducir los pensamientos al lenguaje de los sentimientos. Explora la relación entre la forma en que pensamos y percibimos las cosas y cómo nos sentimos sobre ellas. Descubrimos que aún las intuiciones más fuertes y aparentemente obvias sobre nuestro ser, están basadas en suposiciones igualmente arraigadas. Poco a poco al aprender a ver nuestra vida de otra manera mediante la meditación reflexiva también nos lleva a sentir diferente respecto de ella.

21

El meditar en la muerte nos hace más conscientes de la vida misma. El meditar sobre la certeza de la muerte y la incertidumbre de su momento nos ayuda a transformar la muerte de otro, de una incomodidad engorrosa a la conclusión sobrecogedora y trágica de la transitoriedad que yace en lo más profundo de cualquier vida.

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Pero si no existe otro mundo y si las acciones bien y mal hechas no fructifican y maduran, entonces aquí en esta vida yo estaré libre de hostilidad, angustia y ansiedad, y viviré feliz. Este es el segundo bienestar adquirido … (Buda)

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Las religiones no están unidas por la creencia en Dios sino por la creencia en la vida después de la muerte. Para el budismo religioso, renaceremos en una forma de vida de acuerdo a la calidad ética de las acciones cometidas en la vida presente o las pasadas. Las religiones monoteístas siguen un principio similar, aunque las opciones postmortem suelen estar limitadas al cielo o el infierno. A lo largo de la historia, las religiones han explicado que la muerte no es el fin de la vida, sino que alguna parte de nosotros—quizás nosotros enteros—continua.

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Parecería que hay dos opciones: creer o no en el renacimiento. Pero existe un tercera alternativa: el reconocer, con toda honestidad, yo no sé. Ni tenemos que adoptar las versiones literales del renacimiento presentadas por la tradición religiosa ni caer en el extremo de tomar a la muerte como aniquilación. Independientemente de lo que creamos, nuestras acciones tendrán ecos más allá de nuestra muerte. Sin importar nuestra supervivencia personal, el legado de nuestros pensamientos, palabras y acciones continuará en las impresiones que dejamos en las vidas de los que hemos influido o tocado en alguna forma.

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El despertar es el propósito que engloba todos los propósitos. Lo que hacemos tiene sentido en la medida de que nos lleva al despertar y carece de sentido en la medida en que nos aparta de él. La práctica del dharma es el propio proceso de despertar: los pensamientos, palabras y actos que tejen la tela de la experiencia en un todo coherente. Y este proceso se logra con la participación: se sostiene y madura en las comunidades de amigos.

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El proceso de despertar es como caminar en un sendero. Cuando encontramos ese sendero luego de horas de buscarlo en la maleza, por lo menos sabemos que vamos a alguna parte. Es más, de pronto descubrimos que podemos movernos con libertad, sin obstáculos. Adoptamos un paso rítmico y fácil.

27

Un de las cosas más difíciles de recordar es acordarse de acordarse. La percepción
comienza recordando lo que tendemos a olvidar. El ir derivando en la vida en medio del
afloramiento acolchonado de impulsos es una de las tantas estrategias para olvidar .

28

Detenerse y prestar atención a lo que nos está pasando en este momento es una forma de desprendernos de tales fijaciones. Es también una definición razonable de meditación.

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Aunque se puede meditar formalmente, una o dos veces por día, el propósito es lograr una percepción fresca en todo lo que hacemos. Ya sea parado o caminando, sentado o acostado, solo o en compañía, descansando o trabajando, trato de mantener la misma atención cuidadosa.

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La percepción es un proceso de profundizar la auto–aceptación. No es ni un examen frío y cuidadoso de la vida ni un medio para la perfección. Abraza todo lo que observa. No hay nada poco digno de aceptar. La luz de la percepción seguramente iluminará cosas que preferiríamos no ver. Esto significará un descenso a lo prohibido, reprimido, negado. Podríamos destapar recuerdos inquietantes, terrores irracionales de nuestra niñez. Podríamos tener que aceptar un genio en potencia, como también un asesino, violador o ladrón potencial escondido muy adentro.

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Debemos reflexionar en nuestra motivación, preguntándonos: “¿por qué hago
esto?” O podemos considerar la certeza de la muerte y la incertidumbre de su momento,
concluyendo con la pregunta “¿qué debo hacer?” Estas reflexiones pueden aterrizarnos en
la realidad que la intranquilidad y el letargo tratan de evitar con tanto ahínco.

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No hay nada en mi interior en lo que pueda confiar, nada que puedo considerar como “yo” o “mío”.

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La vida se convierte en una sucesión de pequeños nacimientos y muertes. Al lograr lo que
quiero, siento renacer. Pero tan pronto me instalo en este sentimiento, vuelven a surgir mis
viejas ansiedades. La nueva posesión pronto envejece ante la atracción de algo más
deseable que no tengo. Lo que parecía perfecto de pronto empieza a comprometerse por
atisbos alarmantes de sus imperfecciones. En vez de resolver mis problemas, esta nueva
situación los reemplaza con otros de los que no había sospechado. Sin embargo, en vez de
aceptar esto como la naturaleza de la vida en un mundo poco confiable, en vez de aprender
a estar contento con el éxito y el gozo y no sentirme abrumado por el fracaso y el dolor, en
vez de apreciar la belleza amarga, trágica y triste de la vida, aprieto los dientes y lucho
esclavizado por esa voz tenue y seductora que susurra: “Y si sólo …”

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La mayor amenaza a la compasión es la tentación de sucumbir a las fantasías de superioridad moral. Eufóricos por el altruismo hacia los demás, podemos llegar a creernos sus salvadores

La compasión está en el propio corazón y alma del despertar.

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Somos nuestros propios carceleros. Nos mantenemos prisioneros al aferrarnos, por miedo y confusión, a un ego que existe independiente de todas las condiciones. En vez de aceptar y entender las cosas como son, buscamos independizarnos de ellas en una individualidad aislada. Irónicamente, este egoísmo alienado se confunde con libertad individual. El objetivo de la práctica del dharma es liberarnos de esta ilusión de libertad.

Esto se logra entendiendo la angustia que acompaña esa independencia engañosa y dejando

ir a la confusión y el anhelo que la mantienen en su lugar.

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El cultivar el camino comienza con una visión auténtica del carácter cambiante,
contingente y creativo de nuestro ego y del mundo. Aunque en un comienzo la experiencia
de la libertad intrínseca de la realidad sea esporádica y momentánea, la práctica del dharma
abraza un tipo de vida que ve a esta experiencia como la norma en vez de la excepción.
Aunque podemos estar todavía abrumados por los patrones turbulentos del hábito, nuestro
compromiso con esta visión de la libertad permanece inquebrantable. Para socavar esa
visión fija y congelada de las cosas, debemos cultivar la percepción de la libertad presente
en cada momento de la experiencia.

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La respiración es el movimiento de la vida, el proceso vital que conecta al cuerpo con su medio ambiente.

38

Cuanto más conscientes somos del desarrollo misterioso de la vida, es más claro que su propósito no es satisfacer las expectativas del ego. Sólo podemos pronunciar las preguntas que hace. Luego dejar ir, escuchar y esperar.

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A través de contrarrestar esta fuerza del hábito, la práctica del dharma tiene dos
objetivos: liberarse del anhelo egocéntrico de manera que nuestras vidas se vayan
convirtiendo gradualmente en más despiertas; y estar receptivo a la erupción súbita del
despertar en nuestras vidas en cualquier momento. El despertar es tanto el proceso lineal de
libertad que se cultiva con el tiempo como la posibilidad siempre presente de libertad. El
camino central es tanto un sendero con principio y fin como la potencialidad sin forma en el
propio centro de la experiencia.

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En cuanto a experiencia de libertad, el despertar no nos provee con un conjunto de
ideas o imágenes prefabricadas—mucho menos doctrinas filosóficas o religiosas. Por su
propia naturaleza está libre de las restricciones de ideas, imágenes o doctrinas
preconcebidas. No ofrece respuestas, sólo la posibilidad de nuevos comienzos. Al
experimentarlo, no traducimos conocimientos esotéricos ocultos a declaraciones sabias, de
la misma manera que un escritor tampoco traduce al papel frases completas escondidas en
su mente.

41

La práctica del dharma se parece más a la creación artística que a la resolución de un problema técnico. La dimensión técnica de la práctica del dharma (como por ejemplo el entrenamiento para tener una mente atenta y enfocada) es comparable a las habilidades técnicas que un ceramista tiene que aprender para ser experto en su campo.

42

Las cuatro verdades que ennoblecen del Buda proveen no sólo un paradigma de libertad cognitiva y afectiva sino también un patrón de visión estética. Toda obra de arte que profundiza nuestro entendimiento de la angustia, que nos mueve a relajar las restricciones de un anhelo egocéntrico, que revela el juego dinámico del vacío y que forma e inspira una forma de vida que lleve a esos fines, lleva el sello de una belleza auténtica. Y del mismo modo que trabajos no budistas pueden tener ese efecto, trabajos explícitamente budistas pueden fracasar en lograrlo.

43

De acuerdo con el diccionario Chambers, cultura es “el estado de estar siendo cultivado”.
Lo que debe cultivarse, de acuerdo al Buda, es un sendero de visión auténtica, ideas, habla,
acción, formas de vida, resolución, atención y percepción enfocada. Luego, una cultura del
despertar es el estado en que este sendero es cultivado.

44

Tenemos que discernir entre qué elementos son vitales para la supervivencia del dharma y cuáles son artefactos de culturas foráneas que pueden obstruir esta supervivencia.

Un ejemplo contemporáneo es hasta qué punto las doctrinas metafísicas de karma y renacimiento son o no esenciales para la tradición.

45

Una cultura del despertar no puede existir independientemente de las específicas culturas sociales, religiosas, artísticas, y étnicas, en la que está enclavada.

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