1
He
sentido la necesidad de liberarme de mis libros. Similar sensación y deseo me
acometieron cuando tenía nueve u once años. Entonces percibí que me convertía
en otro, y por lo tanto debía desprenderme de mis juguetes, los cuales conservaba
en unos cajones bajo llave, en perfecto estado. Algunos soldaditos estaban en
sus cajas de origen, tan nuevos como cuando me los regalaron; y una colección
de carritos mantenía sus colores brillantes de recién comprados.

2
No
recuerdo quién dijo que los libros podían ser una bendición o una maldición,
según se viera. Entiendo mejor lo que está pasando con nosotros precisamente
porque leo libros que me ayudan a desentrañar el caos venezolano. Leo las
meditaciones de Marco Aurelio y aprendo que debo dominar la situación de
precariedad a la que nos somete el régimen y no apegarme a lo material. Leo el
Walden de Thoreau y comprendo que una vida se puede cambiar por otra vida, para
así vivir muchas vidas. Leo la Historia del tiempo de Stephen Hawking e intuto que todo el universo
alguna vez dejará de ser. Entonces ¿para qué me preocupo?
Los
libros, desde esa perspectiva, son una bendición. Pero son una maldición si te das cuenta que jamás podrás leerlos todos.
3

En
mi cabeza estaba Camus y su filosofía, la noche bulliciosa, mi gran tristeza y el
vértigo de contemplar el vacío desde la ventana. Miré hacia atrás, tratando de
apartarme de tentaciones nefastas, y allí estaba una biblioteca con muchos
libros apilados desordenadamente. Mis ojos se posaron en un pequeño texto: El
poder está en usted. Claude Bristol. Lo abrí y leí el primer párrafo: “Para los
que quieren aprender y progresar tengo un mensaje. Lo entrego sin temor alguno,
como no sea temer la completa revolución de su mundo, porque trae salud,
riqueza, éxito y felicidad, siempre que se comprenda y acepte este mensaje”.


(Continuará)
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