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El
primer libro que leí fue Don Quijote de la Mancha, en una versión juvenil que
me sirvió de preludio para futuras lecturas en formato completo.
En
1950 llegó a Las Mercedes del Llano una señora italiana: doña Yole; y en
1963 abrió la primera librería del
pueblo, la cual llevaba su propio nombre. Estaba ubicada al suroeste de la Plaza Bolívar, en el sitio que una vez ocupó
la primera casa mercedense de tejas, denominada “Casa Marquera”.
Desde
los doce años yo solía visitar ese
recinto de libros, papeles y lápices. Yole, junto a su esposo, atendían amablemente a la clientela. Una vez
pregunté por un tomo preciosamente empastado. Tenía unos jinetes en la portada.
“Es un libro de aventuras, muy bueno. Te encantará. Vale cinco”, dijo doña Yole, y me lo dio para hojearlo. Por
varias veces me acerqué a la tienda para observar el libro en el
estante. Aún no reunía el dinero. Un día doña Yole me dijo: sé que vienes por
el libro, ¿cuánto tienes? Tres, contesté tímidamente. Llévatelo, fue la
respuesta. Desde entonces colecciono ejemplares del Quijote.
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Una
esquina de mi biblioteca está dedicada exclusivamente al Quijote, libro que
leía cuando estudiaba Medicina, tanto en los momentos alegres como en los
tristes. Tengo veinte tomos, o tal vez más, de diferentes ediciones del
Quijote. Hay ejemplares para niños, jóvenes, adultos y viejos. Una miniatura
preciosa la compré en una feria. Dos tomos están en ruso y se los compré a
Natalia en Moscú. Tengo la edición especial que hizo la Real Academia de la
Lengua Española con motivo del IV centenario de la publicación cervantina con
prólogo de Vargas Llosa.
En
los quinientos años del Descubrimiento de América la Academia Nacional de la
Historia publico una edición facsímil; es decir, tal cual se veía el libro
cuando salió a la luz pública en 1605. No pude adquirirla por el alto costo.
Una
vez visité el Palacio de las Academias y vi como cerca de la basura estaba un
ejemplar facsímil del que hablo. Lo habían lanzado porque estaba descuadernado.
Lo tomé y se lo llevé a un librero experto en reparación de obras desaliñadas.
Lo empastó y me lo devolvió con duro lomo color madera.
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Tengo
un Quijote, con un libro en su mano derecha, de hierro negro que compré en
Moscú y se lo regalé a mi padre, quien lo conservaba en su mesa de noche sin el
brazo izquierdo y sin ambos pies. Ese quijote lector me lo traje cuando murió
mi padre.
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En
Mérida compre un Quijote de bronce con su lanza y su escudo. Ese Quijote
preside el rincón de mi biblioteca dedicado al héroe de la Mancha.
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En
Moscú leía El Quijote y ponía un disco de vinil de Jean Manuel Serrat con letra
hermosa y muy espiritual del poeta español León Felipe: Vencidos:
Por
la manchega llanura
se
vuelve a ver la figura
de
Don Quijote pasar.
Y
ahora ociosa y abollada va en el rucio la armadura,
y
va ocioso el caballero, sin peto y sin espaldar,
va
cargado de amargura,
que
allá encontró sepultura
su
amoroso batallar.
Va
cargado de amargura,
que
allá quedó su ventura
en
la playa de Barcino, frente al mar.
Por
la manchega llanura
se
vuelve a ver la figura
de
Don Quijote pasar.
Va
cargado de amargura,
va,
vencido, el caballero de retorno a su lugar.
¡Cuántas
veces, Don Quijote, por esa misma llanura,
en
horas de desaliento así te miro pasar!
¡Y
cuántas veces te grito: Hazme un sitio en tu montura
y
llévame a tu lugar;
hazme
un sitio en tu montura,
caballero
derrotado, hazme un sitio en tu montura
que
yo también voy cargado
de
amargura
y
no puedo batallar!
Ponme
a la grupa contigo,
caballero
del honor,
ponme
a la grupa contigo,
y
llévame a ser contigo
pastor.
Por
la manchega llanura
se
vuelve a ver la figura
de
Don Quijote pasar..
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“La
modernidad del Quijote está en el espíritu rebelde, justiciero que lleva al
personaje a asumir como su
responsabilidad personal cambiar el mundo para mejor, aun cuando, tratando de
ponerla en práctica, se equivoque, se estrelle contra obstáculos insalvables y
sea golpeado, vejado y convertido en objeto de irrisión”. (Mario Vargas Llosa).
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Don
Quijote dice: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los
hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que
encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede
y debe aventurar la vida”.
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Cuando
al doctor Thomas Sydenham (1624-1689), llamado el Hipócrates inglés, le
preguntaron qué se necesita para ser buen médico, inmediatamente contestó: la
primera condición es leerse a Don Quijote de la Mancha.
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Simón
Bolívar en su lecho de muerte se comparó con Don Quijote. El Libertador
preguntó a su médico, Alejandro Próspero Reverend si conocía a los más grandes
majaderos de la Historia. El galeno contestó negativamente, entonces Bolívar
dijo: "Los
tres grandísimos majaderos hemos sido Jesucristo, Don Quijote y… yo."
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Según
Arturo Uslar Pietri, Simón Bolívar revolucionó la lengua española por sus
conceptos precisos y sus apreciaciones e interpretaciones geniales en el momento
exacto. Cuando el Libertador llegó a su última morada, a la Quinta de San Pedro
Alejandrino, indagó por libros a su dueño, don Joaquín de la Mier, quien le
contestó apenado: mi biblioteca es muy pobre. Bolívar, luego de revisar el
estante con los volúmenes, expresó: su biblioteca es muy rica, tiene a
Rousseau, que describe al hombre como es, y a Cervantes que en su Quijote
describe al hombre como debería ser.
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Dostoievski,
el padre de la novela sicológica, una vez dijo: si en el Más Allá me preguntan
qué ha hecho el hombre, guardaré silencio y mostraré un ejemplar de Don
Quijote.
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En
el 2014 hicimos un viaje a Europa. Al llegar a Bélgica caminamos hasta la Plaza
España de Bruselas. Allí está un complejo escultórico dedicado a Don Quijote y
Sancho Panza, el primero sobre Rocinante, por supuesto, y Sancho sobre su jumento. Natalia y yo nos
sentamos bajo las esculturas del caballero y su escudero, llenas de grafitis en
sus bases, para hacer una pausa y meditar.