MENDEL,
EL DE LOS LIBROS (1929)
Edgardo Rafael Malaspina Guerra
En
esta novela breve Stefan Zweig plantea, a través de un librero de viejo, la importancia de los libros; pero también los riesgos de quedarse atrapado entre sus folios
y no levantar la vista para explorar lo que sucede cerca de sus narices.
Jacob
Mendel es un buquinista ruso que tiene su negoció en un café de Viena. Su mundo
son los libros, pero ignora todo lo que sucede a su alrededor. Lo de Mendel es el pasado, no el presente. Mendel
simboliza al hombre cuya vida transcurre entre lecturas. Los libros son más
importantes que la realidad circundante. Hay intelectuales que consideran una
pérdida de tiempo inmiscuirse en la cotidianidad de su entorno, apartan la
política porque puede interferir en su labor de entrega total a la meditación
ascética que proporcionan el pasar las páginas con un dedo. Pero Mendel pagó su
obsesión muy caro: fue llevado a un campo de concentración durante la Primera
Guerra Mundial.
Este
libro nos hace sentir admiración por el héroe principal que se dedica con
pasión al mundo de los libros, pero también nos hace reflexionar sobre el
peligro que constituye la evasión de los problemas de la “polis” como lo
entendían los griegos.
Mendel
es un talentoso idiota, y valga este oxímoron : La palabra idiota (idiotes en
griego) se usaba para referirse al que
no se ocupaba de los asuntos públicos, sino de sus intereses privados.
Quienes
apresan a Mendel son gendarmes ignorantes que sólo cumplen órdenes de políticos
desalmados . Pero ¿tiene algo de culpa el propio Mendel del entramado de su
propia tragedia? “El precio de desentenderse de la política es el ser gobernado
por los peores hombres”, escribió Platón.
Mendel
es un intelectual distraído, cuyas malas copias pudieron ver nuestros antepasados
en los pueblos del interior . Mi padre me contaba que, en su ciudad natal,
Santa María de Ipire, vivió un bachiller ( este título, que lograban muy pocos,
era el máximo pendón académico en la Venezuela rural sin escuelas) que cuando
no estaba entre libros los cargaba debajo de las axilas y en sus manos.
Trabajaba de secretario de la prefectura. Estaba siempre pensativo y muy
despistado con respecto a su entorno, o se hacía el despistado para agregar
mayores quilates a su aura de intelectual consumado y profundo, hasta el punto
de que cada vez que debía firmar un documento, alzaba la vista hacia los
presentes y preguntaba: ¿Cómo es que me llamo yo?
Mario
Vargas Llosa es el paradigma del intelectual dedicado a su labor literaria sin
olvidar que la vida es más rica y dinámica que los libros, por eso también
escribe y habla sobre política.
1
Leía
con un ensimismamiento tan impresionante que desde entonces cualquier otra
persona a la que yo haya visto leyendo me ha parecido siempre un profano. En
Jakob Mendel, aquel pequeño librero de viejo de Galitzia, contemplé por primera
vez, siendo joven, el vasto misterio de la concentración absoluta, que hace
tanto al artista como al erudito, al verdadero sabio como al loco de remate,
esa trágica felicidad y desgracia de la obsesión completa.
2
De
cualquier obra que hubiera aparecido lo mismo hacía dos días que doscientos
años antes conocía de un golpe el lugar de publicación, el editor, el precio,
nuevo o de anticuario.
3
Dejando
a un lado los libros, aquel hombre singular no sabía nada del mundo, pues todos
los fenómenos de la existencia sólo comenzaban a ser reales para él cuando se
vertían en letras, cuando se reunían en un libro y, como quien dice, se habían
esterilizado. Pero tampoco leía aquellos libros para entenderlos, en su
contenido espiritual o narrativo. Tan sólo su título, su precio, su aspecto, la
página de créditos atraían su atención. Aquella memoria específica de
anticuario de Jakob Mendel, en último término improductiva y no creativa, mero
inventario de cientos de miles de títulos y nombres grabados en la blanda
corteza cerebral de un mamífero.
4
Un
jovenzuelo encorvado de corta estatura, había venido del Este a Viena a estudiar
para rabino, pero pronto había abandonado al riguroso Dios único, Jehovah, para
entregarse al politeísmo brillante y multiforme de los libros.
5
Gracias
a él me había acercado por primera vez al enorme misterio de que todo lo que de
extraordinario y más poderoso se produce en nuestra existencia se logra sólo a través
de la concentración interior, a través de una monomanía sublime, sagradamente
emparentada con la locura.
6
¿Para
qué vivimos, si el viento tras nuestros zapatos ya se está llevando nuestras
últimas huellas?
7
El
cerebro:
Y
lo que es aún peor, en el fantástico edificio de su memoria debía de haberse
derrumbado algún pilar, y toda la estructura se había venido abajo, pues
nuestro cerebro, ese mecanismo de conexión
creado
con la más sutil de las sustancias, ese fino instrumento de precisión mecánica
acorde con nuestro saber, es tan delicado que una venilla obstruida, un nervio
afectado, una célula cansada, una molécula un poco desplazada bastan para hacer
enmudecer la armonía más extraordinariamente completa, la armonía esférica de
una mente.
8
Mendel
leía como otros rezan, como juegan los jugadores, tal y como los borrachos,
aturdidos, se quedan con la mirada perdida en el vacío. Leía con un ensimismamiento
impresionante.
9
Los
libros sólo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres
humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la
fugacidad y el olvido.