CONVERSATORIO EN DÍA DEL LIBRO. 23 DE ABRIL DE 2018.BIBLIOTECA DE LA UNERG,
1
He
sentido la necesidad de liberarme de mis libros. Similar sensación y deseo me acometieron cuando tenía
nueve u once años. Entonces percibí que me convertía en otro, y por lo tanto
debía desprenderme de mis juguetes, los cuales conservaba en unos cajones bajo
llave, en perfecto estado. Algunos soldaditos estaban en sus cajas de origen,
tan nuevos como cuando me los regalaron; y una colección de carritos mantenía
sus colores brillantes de recién comprados.
Regalé
mis juguetes a quienes consideraba que aún permanecían en la infancia. Yo por
mi parte entraba en el mundo de los libros, del cual quiero liberarme ahora en
gran medida porque soñé tener una
biblioteca inmensa y luego donarla a una institución como hacen los
verdaderos amantes de los libros. No sé si mi biblioteca ha alcanzado las
dimensiones necesarias para calificarla de inmensa, pero la segunda parte del
sueño se está convirtiendo en realidad, realidad que materializa mis anhelos,
fundamentados en convicciones profundamente filosóficas, provenientes
precisamente de mis lecturas.
2
No
recuerdo quién dijo que los libros podían ser una bendición o una maldición,
según se viera. Entiendo mejor lo que está pasando con nosotros precisamente
porque leo libros que me ayudan a desentrañar el caos venezolano. Leo las
meditaciones de Marco Aurelio y aprendo que debo dominar la situación de
precariedad a la que nos somete el régimen y no apegarme a lo material. Leo el
Walden de Thoreau y comprendo que una vida se puede cambiar por otra vida, para
así vivir muchas vidas. Leo la Historia del tiempo de Stephen Hawking e intuyo que todo el universo
alguna vez dejará de ser. Entonces ¿para qué me preocupo?
Los
libros, desde esa perspectiva, son una bendición. Pero son una maldición si
piensas que jamás podrás leerlos todos.
3
Nuestra
familia atravesó una situación económica difícil cuando vivíamos en Las
Mercedes del Llano. Viajé a Caracas en busca de soluciones, pero no aparecían.
Me alojaba en casa de un amigo. Una noche me sentí profundamente deprimido
mientras observaba desde la ventana de un piso diecisiete la caída de las
sombras sobre las luces artificiales de la ciudad. Pensaba en Camus,
intelectual francés quien afirmaba que “sólo hay un problema
filosófico verdaderamente serio: el problema del suicidio. Juzgar si la vida
vale o no la pena de ser vivida es responder a la pregunta fundamental de la
filosofía”.
4
En
mi cabeza estaba Camus y su filosofía, la noche bulliciosa, mi gran tristeza y
el vértigo de contemplar el vacío desde la ventana. Miré hacia atrás, tratando
de apartarme de tentaciones nefastas, y allí estaba una biblioteca con muchos
libros apilados desordenadamente. Mis ojos se posaron en un pequeño texto: El
poder está en usted. Claude Bristol. Lo abrí y leí el primer párrafo: “Para los
que quieren aprender y progresar tengo un mensaje. Lo entrego sin temor alguno,
como no sea temer la completa revolución de su mundo, porque trae salud,
riqueza, éxito y felicidad, siempre que se comprenda y acepte este mensaje”.
El
sol me encontró emocionado con mi vista
pegada al libro de Bristol y con la seguridad de que mi problema tenía
solución.
5
Montesquieu
escribió: “No he sufrido nunca una pena que una hora de lectura no me haya
quitado”; por eso, los libros son un refugio seguro, un lugar para el exilio
interno en momentos de crisis. Eso del “exilio interno” está de moda ahora,
sobre todo para los que no pueden o no quieren marcharse del país. Queda la
resistencia gandhiana, la resiliencia y
la imaginación con la lectura. Ya lo dijo Borges: “De los diversos instrumentos
del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones
de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el
teléfono, de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo.
Pero el libro es otra cosa: es una extensión de la memoria y de la
imaginación”.
6
El
primer libro que leí fue Don Quijote de la Mancha, en una versión juvenil que
me sirvió de preludio para futuras lecturas en formato completo.
En
1950 llegó a Las Mercedes del Llano una señora italiana: doña Yole; y en
1963 abrió la primera librería del
pueblo, la cual llevaba su propio nombre. Estaba ubicada al suroeste de la Plaza Bolívar, en el sitio que una vez ocupó
la primera casa mercedense de tejas, denominada “Casa Marquera”.
Desde
los doce años yo solía visitar ese
recinto de libros, papeles y lápices. Yole, junto a su esposo, atendían amablemente a la clientela. Una vez
pregunté por un tomo preciosamente empastado. Tenía unos jinetes en la portada.
“Es un libro de aventuras, muy bueno. Te encantará. Vale cinco”, dijo doña Yole, y me lo dio para hojearlo. Por
varias veces me acerqué a la tienda para observar el libro en el
estante. Aún no reunía el dinero. Un día doña Yole me dijo: sé que vienes por
el libro, ¿cuánto tienes? Tres, contesté tímidamente. Llévatelo, fue la
respuesta. Desde entonces colecciono ejemplares del Quijote.
7
Una
esquina de mi biblioteca está dedicada exclusivamente al Quijote, libro que
leía cuando estudiaba Medicina, tanto en los momentos alegres como en los
tristes. Tengo veinte tomos, o tal vez más, de diferentes ediciones del
Quijote. Hay ejemplares para niños, jóvenes, adultos y viejos. Una miniatura
preciosa la adquirí en una feria. Dos tomos están en ruso y se los compré a Natalia
en Moscú. Tengo la edición especial que hizo la Real Academia de la Lengua
Española con motivo del IV centenario de la publicación cervantina con prólogo
de Vargas Llosa.
En
los quinientos años del Descubrimiento de América la Academia Nacional de la
Historia publico una edición facsímil; es decir, tal cual se veía el libro
cuando salió a la luz pública en 1605. No pude adquirirla por el alto costo.
Una
vez visité el Palacio de las Academias y vi como cerca de la basura estaba un
ejemplar facsímil del que hablo. Lo habían lanzado porque estaba descuadernado.
Lo tomé y se lo llevé a un librero experto en reparación de obras desaliñadas.
Lo empastó y me lo devolvió con duro lomo color madera.
8
En
Moscú leía El Quijote y ponía un disco de vinil de Jean Manuel Serrat con letra
hermosa y muy espiritual del poeta español León Felipe: Vencidos:
Por
la manchega llanura
se
vuelve a ver la figura
de
Don Quijote pasar.
Y
ahora ociosa y abollada va en el rucio la armadura,
y
va ocioso el caballero, sin peto y sin espaldar,
va
cargado de amargura,
que
allá encontró sepultura
su
amoroso batallar.
9
“La
modernidad del Quijote está en el espíritu rebelde, justiciero que lleva al
personaje a asumir como su
responsabilidad personal cambiar el mundo para mejor, aun cuando, tratando de
ponerla en práctica, se equivoque, se estrelle contra obstáculos insalvables y
sea golpeado, vejado y convertido en objeto de irrisión”. (Mario Vargas Llosa).
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Don
Quijote dice: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los
hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que
encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede
y debe aventurar la vida”.
“Venturoso
aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo”.
Vargas
Llosa escribe sobre lo anterior: “No puede ser más claro: la libertad es
individual y requiere un mínimo de prosperidad para ser real. Porque quien es
pobre y depende de la dádiva o la caridad para sobrevivir, nunca es totalmente
libre”.
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Cuando
al doctor Thomas Sydenham (1624-1689), llamado el Hipócrates inglés, le
preguntaron qué se necesita para ser buen médico, inmediatamente contestó: la
primera condición es leerse a Don Quijote de la Mancha.
Arnaldo
Graus escribió: “Es probable que Sydenham le haya sugerido a un joven alumno
que leyese El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha debido a que los
médicos del siglo XVII tenían un interés especial en entender sus propias
vidas. Tal comprensión, considero, podría servir como puente entre los dolores
de sus pacientes, lo que los propios médicos percibían acerca de sí mismos y la
lectura que hacían de las afecciones de los enfermos –la empatía, aunque difícil
enseñarla, es el alma de la medicina. La literatura y la medicina combinadas
podrían servir para entender la “realidad como tal”. La “realidad como tal”
corresponde a los daños producidos por la patología, o, a las lecturas que de
la vida hacen la literatura y otras artes a partir de la enfermedad.”
Yo
tengo mi propia tesis: Sydenham se refirió a la importancia, para los futuros
médicos, de la lectura del Quijote, porque el Caballero de la Triste Figura
siempre quería hacer el bien, ayudar al prójimo.
12
Simón
Bolívar en su lecho de muerte se comparó con Don Quijote. El Libertador
preguntó a su médico Alejandro Próspero Reverend si conocía a los más grandes
majaderos de la Historia. El galeno contestó negativamente, entonces Bolívar
dijo: "Los
tres grandísimos majaderos hemos sido Jesucristo, Don Quijote y… yo."
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Según
Arturo Uslar Pietri, Simón Bolívar revolucionó la lengua española por sus
conceptos precisos y sus apreciaciones e interpretaciones geniales en el
momento exacto. Cuando el Libertador llegó a su última morada, a la Quinta de
San Pedro Alejandrino, indagó por libros a su dueño, don Joaquín de la Mier,
quien le contestó apenado: mi biblioteca es muy pobre. Bolívar, luego de
revisar el estante con los volúmenes, expresó: su biblioteca es muy rica, tiene
a Rousseau, que describe al hombre como es, y a Cervantes que en su Quijote
describe al hombre como debería ser.
14
Dostoievski,
el padre de la novela sicológica, una vez dijo: si en el Más Allá me preguntan
qué ha hecho el hombre, guardaré silencio y mostraré un ejemplar de Don
Quijote.
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Los
libros no se pueden tirar a la basura,
dice Augusto Monterroso , y remata: porque eso no es digno de la persona ni de
los libros ni del basurero.
Dar
es una de las leyes espirituales que mueve al mundo, según Chopra, porque
permite el flujo de la energía universal
y la armonía entre el macro y el microcosmos.
Dar
un libro es apenas un pequeño gesto; pero parafraseando a Schumacher
“lo pequeño es hermoso”.
Sobre
todo si se da con buena intención, porque así relegamos el materialismo,
anteponiendo los ideales como la justicia, la armonía, la belleza y la salud,
dice el citado Schumacher.
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Augusto
Monterroso cuenta como en 1955 visitó a Pablo Neruda en su casa de Santiago y
noto que tenía pocos libros porque los acababa de donar a una universidad.
Monterroso
termina con esta frase impactante: “El poeta se dio ese gusto en vida; único
estado, viéndolo bien, en que uno se lo puede dar”.